Los antiguos conocían el uso de los filtros, e invocaban, al componerlos, a las divinidades infernales. Apuleyo, que consiguió el amor de una rica viuda en Cartago, fue sospechoso de haber utilizado un filtro mágico para sus fines. Se aseguraba igualmente que lo había confeccionado con peces, ostras y patas de cangrejos. Los parientes de la viuda lo llevaron ante los tribunales, pero Apuleyo ganó.

La base de los filtros procedía evidentemente de algunas substancias afrodisíacas, como el polvo de cantáridas, pero habitualmente se solía mezclar con otras substancias, como el pescado, llamado Remora, algunos huesos de rana, y, sobre todo, el hipomano. Según otro autor antiguo, para componerlos se utilizaba también el llamado «sperma viril», la sangre menstrual, restos de uñas, de metales, de reptiles, de vísceras de peces y pájaros, mezclando a esto incluso algunas reliquias que estaban compuestas de ornamentos de las iglesias.

También existían otros encantamientos que se efectuaban por medio de la palabra, en verso o en prosa, y se obtenían resultados maravillosos, aunque con frecuencia podían ocasionar unos dobles efectos, como veremos a continuación.

Una mujer tenía sus ojos enfermos, y marchó a una escuela pública para pedir a un escolar algunas palabras mágicas, que tuvieran el poder de actuar sobre su mal y curarla, para lo que le prometió una recompensa. El escolar le dio un billete envuelto en un pedazo de tela, y le prohibió abrirlo. La mujer lo llevó sobre ella como un talismán y se curó. Una vecina, que tenía la misma enfermedad, pero que no pudo aguantar la curiosidad de abrirlo, leyó en su interior, «que el diablo cierre tus ojos», y se quedó ciega.

Se dice también que encendiendo cierta lámpara, un brujo excitaba a todas las personas que estaban en la misma habitación, y las obligaba a bailar delante de él, por muy serias y reservadas que fueran.